Mira, Platero, quΘ de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color... Dirφase que el cielo se deshace en rosas. Mira c≤mo se me llenan de rosas la frente, los hombros, las manos... ┐QuΘ harΘ yo con tantas rosas?
┐Sabes t·, quizß, de d≤nde es esta blanda flora, que yo no sΘ de donde es, que enternece, cada dφa, el paisaje y lo deja dulcemente rosado, blanco y celeste -mßs rosas, mßs rosas-, como un cuadro de Fra AngΘlico, el que pintaba el cielo de rodillas?
De las siete galerφas del Paraφso se creyera que tiran rosas a la tierra. Cual en una nevada tibia y vagamente colorida, se quedan las rosas en la torre, en el tejado, en los ßrboles. Mira; todo lo fuerte se hace, con su adorno, delicado. Mßs rosas, mßs rosas, mßs rosas...
Parece, Platero, mientras suena el ┴ngelus, que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, mßs altiva, mßs constante y mßs pura, hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas...
Mßs rosas... Tus ojos, que t· no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son dos bellas rosas.